Hoy repaso una de
mis prácticas favoritas, Coaching de Equipos. Permanecer dónde a uno le
corresponde no es tarea fácil, cuando uno observa detenidamente lo que
encuentra es el mundo, y a veces, es mejor entender que las cosas funcionan
mejor sin la intervención humana.

Una realidad, sin duda más efectiva, es establecer el
principio que se basa en oir y ver lo
que dice el equipo, qué energía transmite y cómo lo expresa para que podamos
ayudarle a ponerle forma. Necesitaremos que aparezcan sus objetivos, su
identidad, el recorrido que ha tenido,
sus dificultades etc.
A partir de aquí tendremos una idea de su modelo de mundo y
podremos trabajar en la toma de conciencia y el establecimiento de un objetivo
común. Si llegamos hasta aquí, habiendo captado su energía, sabremos cómo
trabajar en la fase de exploración.
Crear un buen espacio, es el primer resultado- y el más importante- que obtiene el coach para que emerjan emociones y sentimientos consiguiendo conversaciones globales que ya tratan al equipo como a un todo, unido por sus relaciones.
Ahora que todo el mundo participa y dependiendo de lo que el
coach haya interpretado en su diagnóstico, puede aportar dinámicas que ayuden a
identificar
soluciones en beneficio común.
Pasar a la acción no consiste en entregar un repertorio de
recursos frente a los problemas, es más útil ayudar al equipo a interpretar su
contexto interno.
¿Quiénes son? ¿Cómo interpretan la realidad? ¿Qué les falta
para llegar a la situación ideal? ¿Responden o reaccionan? Valorar personas y
roles, ver comportamientos y reglas ...
Definitivamente, todo lo que se gana, también se puede
perder, por tanto conviene dejar el maletín de primeros auxilios para que el
equipo reaccione a los cambios desde su fuerza interior, conseguida por la suma
de cada individuo, valorado y útil para el equipo.
En una clara renuncia a ser un equipo consumidor de
recursos, los grupos creadores reclaman su sitio para elevarse a lo más alto,
sabiendo que sin ellos la compañía está perdida.